Abundaron aquellas manos manchadas de su aceite, cual dios divino.
Y pechos desnudos mostraban en su perfumada piel,
su bostezante herejía, a un alejado sol.
La noche siamesa, con la tranquilidad del susurro, hablaba con la voz de extinguidas flores, ardiendo con su color rojo sobre el libro donde quemaban los ojos.
Era la vida respirada de un perfume
don dumas